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Naturalezas




POR JOSEP-ORIOL VACA KIRCHNER

Fuente: Autismo en vivo | 13/05/2024, Barcelona, España

Obra: Mireia Patiño

 

 

El núcleo de la actitud es la visión. Hay visiones inducidas, y también las hay autentificadas por naturaleza.

 

 

El propio interés me ha hecho buen conocedor del comportamiento de los perros y los gatos. En el primer caso por los que he tenido, en el segundo por un jardín que llevo años viendo a diario, y en el que nunca han faltado gatos más o menos itinerantes. De todos es conocido que si excluimos el gato de crianza doméstica, mientras el perro se arranca a buscarte, el gato se arranca a rehusarte. ¿Por qué? Por naturaleza, aunque esto contesta más bien poco. La realidad es que les producimos una sensación diferente. Supongo que sucede con más cosas, pero ésta parece clara. La amistad del perro es más incondicional, mientras que por la innata independencia del gato en algunas viviendas de planta se pueden ver pequeñas trampillas en la puerta con buen criterio, porque la garantía de no perder al animal es ofrecerle esa válvula a su antojo. Eso, y la comida fácil. Por supuesto puede haber conexión pero, desde una óptica genérica, nos necesitan muy poco para desenvolverse.

 

Algunos entrados en dinámica cuántica no dudan en decirnos que la realidad no existe más allá de la visión que lo hace todo real, como si el espacio-tiempo, sin nosotros, quedara desierto... Confieso que me pierdo bastante por estos senderos, pero el ejemplo anterior me ilustra en dos vertientes. Primera, lo que hoy llamamos autismo es una visión del escenario que no “abre”, como le sucede al perro con nosotros, sino que comprime y crea inseguridad, algo más parecido al reaccionar del gato. Pero mientras los felinos tienen “puerta” ante cualquier sensación opresiva, la persona con esta afectación no la tiene, y ello le reduce en diversa proporción y efecto. De ahí que en muchos casos la inspección solitaria redunda en una absorción de información (fundamentalmente gráfica y estadística) que la vida en alternancia no baraja, y si lo hace no será capaz de memorizarla con tal efectividad.  

 

Pero hay otro detalle, si se me permite, más profundo. Los animales mencionados no actúan diferenciados por desviación de uno u otro a un supuesto patrón que ajustaría su género, sino en respuesta a su designio natural. El perro interactúa con los humanos, pero nunca he visto uno manejarse como lo hace el gato en su territorio, digamos, de seguridad (que por cierto puede ser un tejado). Dicho a la mía: donde el perro pone alma el gato opone la matemática de los que huyen. No por menosprecio, sino porque, repito, nos percibe diferente.

 

En cualquier caso, cada adaptación a nuestro arduo mundo merece su dignificación. Todos hemos tenido que colonizar, en algún momento, zonas difíciles. Físicas, y mentales. Y si llamamos «compañeros de viaje» a perros, gatos, o caballos, ¿cuánto más lo son los portadores de una singularidad neurológica? Desde luego que en muchos casos su atención llega a robarnos vida. No les pasará por alto, a quienes no les pasa por alto una isolínea del mapa del tiempo. Finalmente, quien sabe acomodar al gato cambiará su resolución: de la silueta inquietante al cruce de miradas afianzador. Convencer es más que vencer.

 

Ya no lo intento, con esos visitantes a mi jardín. Pero penetrar un campo visual convulso tiene premio. Y no hay que desmayar. Identificarnos puede obtener una respuesta que raya en lo más alto de la comunicación.

 

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