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La voz del cuento antes de acostarme: el legado cultural de mi padre




POR LOLA RAMOS

Fuente: Autismo en Vivo | 03/11/2021

Fotografía: Pixabay.com



Hasta ahora he hablado de cosas que me habían impactado sobre la personalidad de mi padre y que marcaron puntos de inflexión en nuestra relación. Evidentemente no todo fue así. Nuestra relación, como todas, era rica en matices.


Hoy me gustaría hablar del bagaje cultural que me transmitió y de cómo esa melancolía velada que lo caracterizaba (y que, de haber sabido verla, era tan identificativa) recorría sus reflexiones, sus miradas y sus gestos.



El oráculo de Delfos


Cuando cumplí 14 años mi padre me dijo que, a partir de ese momento, íbamos a viajar mucho. Y cumplió su palabra. Entre los 14 y los 18 años fuimos a Florencia, a Grecia (dos veces), a Egipto, a Londres, a París, a Costa Rica y cada viaje respondía a su interés cultural de cada momento.


Grecia y todo lo relacionado con la cultura clásica me transporta, inefablemente, a él. El interés en la mitología (y todas las connotaciones artísticas que tienen que ver con ella, desde el teatro a la pintura y la escultura) le duró muchos años y cultivó en mí un amor y una pasión por los mitos y las tradiciones que aún conservo hoy en día y que se ha extendido a todas las religiones y culturas.


Mi padre no entendía de edades: con 12 años me regaló la Odisea, con 13 años, me regaló la Ilíada; con 14, me regaló la Eneida. Y los devoré. Recuerdo a mi padre explicándome las partes más pesadas y transportándome a las murallas de Troya o a las aguas del Egeo con esa voz dulce, monótona, agradable, que resonaba en mí desde siempre.


La voz de las canciones de cuna. La voz del cuento antes de acostarme.

Mi padre me explicó todo el panteón de las divinidades griegas y me regaló mi primer diccionario mitológico; me explicó todas las historias de los héroes aqueos y, las que no sabía, las buscábamos en bibliotecas y librerías; me hablaba de Heródoto, de Hesíodo, de diferentes orígenes del mundo y a mí me explotaba la cabeza y quería saber más y más. Sigo queriendo saber más. Se me sigue poniendo la piel de gallina cada vez que escucho una leyenda, un mito, una historia, un origen, una explicación. Y esto forma parte de su legado. Y lo estoy transmitiendo a mis hijos. Y me siento agradecida. Y afortunada.


Recuerdo que en Delfos se paró delante de la entrada y me dijo “Esto te lo tienes que grabar a fuego en tu mente” “¿El qué? ¿Qué pone?” “Pone: conócete a ti mismo”. Y se me quedó mirando (lo hacía muy a menudo) esperando una respuesta. Y le dije “No sé qué significa” y me dijo “Pues de eso se trata, de que lo descubras. Yo estoy en ello, y tengo 44 años”.



“Nel mezzo del cammin di nostra vita…”


Otro momento que recuerdo con especial intensidad fue su periodo dantesco. A mi padre le gustaba su trabajo porque le daba monotonía, estabilidad y rutina, pero su espíritu, su alma, su pasión, estaban en los libros.


Durante un tiempo quedó fascinado por los personajes del Renacimiento, sobre todo por Leonardo y Dante. Sobre el primero leyó muchísimos libros y visitamos exposiciones. Me hablaba a menudo de él, de los inventos, del hecho que la sociedad de entonces permitía el interés y la exploración de más de una disciplina, cosa que favoreció la generación de genios polifacéticos. Me decía que él se había equivocado de tiempo. Que esta no era su época. Que no la entendía. Que debería haber vivido en los tiempos de Leonardo. Que no estaba loco: tenía alma de genio.


Sobre Dante, también se formó y se informó: se apuntó a un curso en la universidad, asistió a charlas, buscó diferentes ediciones de la Divina Comedia, pero, en este caso, su nostalgia era otra.


Antes de irnos a Florencia estábamos cenando y me dijo: “Todos los personajes sobre los que leo tienen mecenas o tienen guías: Dante tuvo la suerte de encontrarse con Virgilio, que lo guio a través de los círculos del infierno… ¿por qué no puedo encontrar yo un guía? Cuando los héroes y los personajes de los libros se encuentran en una encrucijada, se encuentran perdidos, siempre viene alguien en su busca. ¿Qué pasa conmigo? ¿Dónde está mi Virgilio?”.


Muchas veces, los Virgilios aparecen, pero es necesario que, aún estando a las puertas del infierno, los sepamos ver. Y sepamos confiar. Con estos textos tengo la vaga esperanza de que, algún día, los leas y nos reconozcas en ellos, y podamos volver a caminar. Juntos. Círculo a círculo.

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