POR GABRIEL MARIA PÉREZ
Fuente: Univers Àgatha | 25/04/2021, Barcelona
Fotografía: Pixabay
El pasado domingo volvimos a dar una vuelta con Àgatha en coche, como tantos domingos.
Sabemos que a ella le encanta, le ponemos música y a veces canta, a su manera, con un tono agudo suave, las canciones que le ponemos.
Le gusta mirar por la ventana y prácticamente nunca se duerme en el coche, ni en esos largos viajes de horas y horas, porque parece que disfruta y se relaja.
Ahora que empieza a dormir más horas seguidas por la noche parece que la última crisis se está diluyendo, tras prácticamente seis meses un poco tortuosos e insomnes.
La sentamos en el coche, le pusimos el cinturón y nos pusimos en marcha.
Parecía que todo seguía la normal anormalidad de siempre en la convivencia con el autismo: daba palmas, emitía pequeños gritos, ojos claros pese a la oscuridad de su color marrón.
Seguimos en ruta haciendo el recorrido que rutinariamente hacemos siempre, y con la música a no muy alto volúmen.
Mi mujer y yo hablábamos de nuestras cosas, de las cosas de Àgatha, de las cosas de mis otros hijos, de tantas y tantas cosas que día a día se hace tan difícil hablar por el trabajo y por tantos momentos difíciles o poco espacio de tiempo para hacerlo.
Ya regresando del paseo rutinario, felices por el comportamiento de mi hija, paré junto a un supermercado para que mi mujer comprase un par de cosas que nos faltaban.
No pasó ni un minuto que a través del espejo retrovisor vi que un pie se asomaba.
Instintivamente me di la vuelta y observé que Àgatha estaba medio enredada con el cinturón de seguridad, estirada en el asiento y con las piernas en el aire.
Tras lanzar un improperio salí del coche y entré atrás para colocarla bien de nuevo, con un gran esfuerzo, pues ella no se destensaba, hasta que conseguí volver a enderezarla.
Ella sonreía con cara de mala.
No se trataba de ningún ataque epiléptico ni nada parecido, simplemente le da por retorcerse y dar patadas, pero es peligroso.
Unos pocos minutos después volvió mi mujer, me preguntó qué hacía sentado detrás, si Àgatha se había portado mal.
Yo sólo emití un pequeño gruñido.
Gabriel Maria Pérez
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