LOLA RAMOS
Fuente: Spectrum | 21/04/2021
Fotografía: Lola Ramos
He crecido con un padre de presencialidad intermitente y lo he ido gestionando. Siempre he entendido que el autismo de mi padre le requería estos espacios.
He crecido con un padre de presencialidad intermitente y lo he ido gestionando. Siempre he entendido que el autismo de mi padre le requería estos espacios. He intentado respetarlos, aunque me ha generado muchos dilemas. Ahora que tengo hijos, que entiendo mejor la maternidad y este vínculo, vuelve a removerse todo. Vamos a poner orden.
Mi padre dejó de hablarme el 21 de junio de 2014. Dos semanas después conocí al chico que se ha convertido en mi marido y en el padre de mis hijos. Tengo dos: un niño de tres años y medio y una niña de un año y medio.
De todo lo que he construido, mi padre no conoce nada. Hay momentos en los que esto lo llevo bien. Otros momentos en los que es un alud.
Mi problema cuando me permito acceder a esa parte de mí que no es un duelo (porque no acaba de serlo, mi padre está allí, en alguna parte, yo lo sé, y por mucho que intente racionalizar, protegerme, protegerle, etc, siempre SIEMPRE queda esa brizna-tronco de esperanza en que va a volver) sino que es un limbo, siento una profunda sensación de desamparo, soledad y no-pertenencia.
Nuestro pasado, nuestros orígenes, nuestros ancestros, lo que han sido los y las que nos han precedido, aquello que han hecho, se ha transmitido a lo largo de generaciones y, de alguna manera, ha llegado a nosotros. Poner en contacto ese pasado con el futuro generacional que representan los hijos creo que es de una belleza sobrecogedora: perteneces a todo esto, aquí estás tú que puedes ser lo que sea, aquí estamos nosotras y nosotros con todo lo que nos ha sido transmitido, para ofrecértelo. Para que lo destruyas, lo desmenuces, lo analices, lo reinterpretes, para que hagas con ello lo que quieras: para que crezcas. Acompañad@. Amparad@.
A mí esto me falta. Me falta ver a mi padre cogiendo en brazos a mi hijo y contándole los cuentos como me los contaba a mí. Me falta oírle explicarle anécdotas de cuando yo era pequeña. Me falta que me diga “de pequeña, tú hacías esto. Igual” o que diga “me recuerda a mí cuando era pequeño, ¡tenemos las mismas orejas!”.
Me falta tenerle cuando las cosas van mal. Porque soy madre y me he convertido en una mujer bastante capaz de defenderme en el mundo, pero a veces se me hace todo muy grande y agradecería que alguien me dijera “te quiero, lo estás haciendo bien, a mí también me pasaba” y que ese alguien estuviera unido a mí a través de todas mis dimensiones. Cómo sólo una madre o un padre pueden hacer.
Antes de tener a mi hijo mayor fui a terapia porque estaba convencida de que tenía que aclarar algunas cosas sobre la relación con mis padres antes de tener yo una relación madre-hijos. La psicóloga me dijo que tenía que renunciar a la idea que yo tenía de cómo mis padres debían ser. Mis padres son como son, y yo tengo la oportunidad de ser la madre que quiera y pueda ser. Gracias, bien, pero cuesta mucho.
Hay veces en los que racionalizar no es suficiente. Hay vacíos que no se llenan. Los podemos aprovechar, pueden reforzarnos, nos pueden volver más conscientes. Pero no se llenan. Y no hay nadie, NADIE, que sepa cómo gestionar esto.
Nadie sabe cómo se puede desatrancar una rigidez en un adulto con TEA por parte de la familia o por parte de los hijos y las hijas porque somos los grandes olvidados. Se habla de parejas, se habla de hijos con TEA, se habla de abuelos y abuelas, de hermanos y hermanas, pero no hay ni libros ni estudios sobre hijos e hijas neurotípicos con padres con autismo.
Habrá que poner remedio a esto. Porque estamos aquí. Y también queremos encontrar el equilibrio entre nuestra felicidad, nuestro sentido de la responsabilidad, nuestra consciencia y normalización de la neurodiversidad y el instinto de protección hacia nuestra familia.
El equilibrio entre nuestro respeto y nuestra nostalgia.
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