POR IGNACIO PANTOJA
Fuente: Autismo en vivo | 20/12/2024
Fotografía: Pixabay
Bursey miraba el cielo gris en su ventana mientras pequeños copos blancos empezaban a caer silenciosamente al otro lado del cristal. Estiró su mano y cerró el cajón: estaba convencido de que este año no haría lo mismo.
Eran las 23:00 del 23 de diciembre. En una hora sería el día de Nochebuena y como todos los años era un día tan especial que podría escribir a las personas que hace ya años o incluso décadas no hablaba.
Volvió a mirar el cajón otra vez y luego a la ventana, luego al cajón y de nuevo a la ventana y así varias veces. Tocó su pelo canoso y volvió a mirar el cajón, extendió su mano y lo abrió, rebuscó suavemente y allí estaba: su móvil. Lo encendió, miró lentamente como se iniciaba y entonces, así de repente lo volvió a meter en el cajón y volvió a mirar el cristal, veía como la ciudad iluminada empezaba a teñirse de un color blanco desagradable y la luz de las farolas dejaban ver pequeños granos que se movían con el viento.
El móvil sonó dentro del cajón, extendió la mano y lo volvió a coger; miró y lo sacó del cajón: la luz del móvil iluminó su cara, le pedía el pin. Pulsó sus cuatro números y el móvil volvió a brillar, una serie de iconos aparecieron en la pantalla. Uno de ellos, de color verde con un círculo y un teléfono en lineas blancas dentro le llamó mucho la atención.
Asustado lo pulsó, la aplicación no señalaba ningún mensaje nuevo, pinchó en contactos y los miró, novecientos noventa y nueve contactos. Puso cara de miedo y angustia, ahora mismo ya eran las 23:16 y sabía que dentro de 44 minutos empezaría el día de Nochebuena y para su desesperación aquel día se sentía obligado a felicitar la Navidad a sus novecientos noventa y nueve contactos, aunque sabía perfectamente que hacía muchos años que no les veía en persona y que le dejaron de contestar y por tanto no recibiría ninguna respuesta, o como mucho recibiría el acuse de recibo del doble check azul de las personas que aún tenían en la aplicación la opción de dejar ver que habían recibido su mensaje.
Empezó a mirar la lista de contactos y vio que de momento no le había bloqueado nadie más aunque algunos ya no tenían imagen y por ello la duda se movía por su cabeza como un gusano. Se rascó nuevamente su pelo canoso y volvió a mirar el reloj, eran ya las 23:27 y faltaban 33 minutos, creía que era hora ya de tomar la decisión. Volvió a mirar la ventana y pensó en arrojar el móvil por ella, que cayese hasta el suelo y así ya no tendría que decidir nada, ni tendría que escribir la felicitación navideña ni reenviarla novecientas noventa y ocho veces.
La angustia se le puso en la garganta y lentamente empezó a escribir. Redactó: “Queridos amigos, un años mas querría desearos…” pero después lo borró; pensó que era un mensaje tan largo que les iba a molestar a todos y le iban a bloquear y después de eso se sentiría tan triste y desesperado que su vida ya no valdría nada.
Puso “¡Feliz Navidad!”, y se quedó mirándolo. Quizá pensó que el signo de exclamación era demasiado ansioso y podría molestar a sus contactos aunque hacia años que no les escribía, por lo menos creía que desde el año pasado y probablemente muchos de ellos sentirían invadidos e intimidados porque ya hacía años o igual lustros que no hablaban y ello podría llevar a que lo bloqueasen, una idea que con solo imaginarlo era verdaderamente horrible.
Eran ya las 23:46, 14 minutos restaban para las 0:00 del 24 de diciembre y tenía que tomar una decisión rápido, era ahora o tendría que esperar otros 365 días para poder volver a tomarla, ocho días después el 31 de diciembre no se atrevería a ser capaz de emitir otro mensaje, si había puesto ya uno en este momento, sus contactos se agobiarían tanto de recibir dos mensajes en menos de un mes que probablemente le bloquearían muchos de ellos y su vida se vería reducida a su propia conciencia.
Con mucho miedo, editó su mensaje con cuidado quitando los dos peligrosos signos de exclamación, el de apertura y el de cierre. Asustado, cogió uno de sus contactos, el de su amigo Philip que hacía tres años y cinco meses que no veía en persona y cuyo último mensaje que le envió fue el 24 de diciembre del año anterior. Envió en mensaje “Feliz Navidad” un check, y después de una intensa agonía cardíaca de diez segundos el segundo check de recibido apareció. Aunque no sabía si lo habría leído porque no aparecía el color azul, de hecho, el año pasado se puso de color azul durante el mes de agosto y él se sorprendió mucho entonces.
Se quedó mirando su mensaje y le dio a reenviar, puso “reenviar a todos” y pulsó, entonces el programa comenzó a enviar esas dos palabras a las novecientas noventa y ocho personas más, soltó el móvil con un gesto abrupto y cayó al suelo, eran las 23:57, tres minutos restaban para que la cadena de mensajes empezase a viajar por la red a toda velocidad y entonces sería el 24 de diciembre, el día de Nochebuena, el único día del año en el que se podía permitir escribir un mensaje a todo el mundo.
Se tumbó en la cama boca arriba y volvió a mirar su reloj, eran las 0:06, poco a poco sus párpados empezaron a pesarle y cayó en un sueño sabiendo que había cumplido con su obligación hasta dentro de 365 días.
Ignacio F. Pantoja
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