El instinto de la sensibilidad de Àgatha

POR GABRIEL MARIA PÉREZ

Fuente: Univers Àgatha | 20/10/2024

Fotografía: Gabriel Maria Pérez

Apenas me he dado cuenta y estoy de baja por un pinzamiento lumbar agudo, la semana pasada aún pude aguantar algo el dolor, pero cada vez ha ido a más.

Recuerdo, hace ya bastantes años, que fuimos a visitar con mi hija Àgatha al eminente y desaparecido neurólogo José Antonio Muñoz Yunta, en el Hospital del Mar de Barcelona.

Hacía poco que le habían diagnosticado un trastorno dentro del espectro autista e íbamos perdidos entre facultativos buscando preguntas aquí y allá, otros posibles diagnósticos, qué hacer en definitiva y cómo tratarla.

Durante la espera, teniendo en cuenta el nerviosismo alocado que alteraba a la chiquilla en esa época, íbamos haciendo idas y venidas por el pasillo donde se encontraban las diferentes salas de espera de las diferentes consultas de esa planta.

Recuerdo que, de pronto, se paró al lado de un chico de origen africano que tenía el brazo vendado y en cabestrillo, se sentó en su pierna izquierda y se apoyó en su pecho. Todo esto, a pesar de que yo le tenía la mano cogida.

Le pedí perdón al muchacho que respondió, con una sonrisa alegre, un “No, no. Está muy bien, no te preocupes”.

Apercibí tal sensibilidad instintiva en Àgatha que se me puso la piel de gallina.

Pues bien, como os comentaba al principio, estoy de baja y me quedé recostado en una de las camas de casa, dolorido y esperando que bajase la intensidad del dolor, cuando de pronto apareció mi chica, aleteando al aire sus cucharillas de plástico que le atamos suavemente en su mano derecha, marchó y, en unos pocos segundos volvió a entrar de nuevo, esta vez con una sonrisa enorme, maravillosa.

Tras unos minutos se aproximó junto a mí hasta dejarse caer a mi lado, sin dañarme y, tiernamente, se me abrazó dándome suaves golpecitos con sus cucharillas.

Lo más increíble en ella, que siempre decimos que parece que tiene un resorte, ya que dura pocos segundos sentada o estirada, fue que se estuvo más de media hora a mi lado sin alterarse.

¡Y cómo la quiero!

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