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El acoso escolar, y otras circunstancias en la vida de las personas con TEA




POR IGNACIO PANTOJA

Fuente: Autismo en vivo | 24/04/2021

Fotografía: Pixabay



El acoso escolar es algo muy grave y que no siempre se toma con la adecuada consideración. Y en el caso de chicos y chicas con autismo o asperger la cosa se torna muy grave, y las cifras no parece que hayan cambiado en exceso. Los datos dan miedo: alrededor del 62% de estudiantes con Autismo han informado que sufren acoso por lo menos una vez a la semana. Alrededor del 94% de los estudiantes con Asperger han informado que sufren acoso por lo menos una vez a la semana.


Muchas veces los lectores nos piden testimonios y opiniones de personas con TEA, incluso se nos conmina a dar espacio para que ellas y ellos den su opinión y formen parte activa. Tenemos bastantes escritos realizados por personas con TEA, pero el de hoy nos muestra una realidad cotidiana, muchas veces escondida, una realidad extremadamente dañina. Conocerla es importantísimo, el acoso escolar existe, y por eso, familias y educadores deben estar muy pendientes, y ser absolutamente contundentes e inflexibles ante la aparición de estas situaciones.


Hoy, Ignacio Pantoja nos ofrece algo que esperamos sepan ustedes valorar adecuadamente, nos regala con su experiencia vital, una experiencia muy dura, pero también muy real. Que en un futuro esto deje de suceder depende de nosotros.


Agradecemos enormemente a Ignacio su valor para hablar abiertamente de su experiencia con el ánimo de evitar otras similares. El valor no se demuestra con el abuso de poder, se demuestra con la decencia inmensa que algunas personas son capaces de manifestar, por encima del mal, de la desidia, de la ignorancia o de la falta de humanidad.


Las personas con un Trastorno del Espectro del Autismo (TEA) conocemos perfectamente situaciones de acoso y desprecio a las que nos vemos sometidos a lo largo de nuestra vida. Es muy cierto que, estas situaciones varían según las épocas de la vida y las circunstancias de cada uno, de modo que, en el período de los veinte a los treinta años, personalmente, no he sufrido ningún tipo de acoso violento, ni físico ni verbal; si es cierto que sobre todo en la primera parte de estos años si he sufrido un acoso de desprecio y marginación implícita y en estos últimos años la de ser ignorado e invisible para algunas personas de mi entorno.


Las circunstancias de mi vida, que son similares a otras muchas personas con TEA, a la conclusión de los estudios universitarios y en todos los casos nos enfrentamos al reto de la independencia personal y a la búsqueda de una vida profesional, puede parecer similar como la de un neurotípico, bien porque las personas con que nos relacionamos han madurado, superando la etapa infantil y adolescente y se muestran, al menos en su actitud externa, más dispuestas y tolerantes a aceptar la diferencia, por lo que podemos llegar a tener algunos amigos y amigas que nos acompañan en la comprensión de nuestras dificultades.


Pero no puedo, y muchas personas TEA tampoco, olvidar un tiempo ya lejano, pero obsesivamente presente en la vida, en el que las cosas fueron mucho más diferentes y difíciles a lo que son ahora. Iniciare un brevísimo repaso a mi propia experiencia que podría asemejarse mucho o muchísimo a esas otras personas con TEA a que me refiero y con las que me siento solidariamente identificado; hablaré e intentare ceñirme al acoso escolar, de mi vida desde los 6 hasta los 20 años, esos 14 malditos años en los que la vida puede convertirse en un infierno, no solo por la marginación sino por el continuo maltrato psicológico y sobre todo físico.


No mencionaré ningún nombre propio y al final expresaré que se podría haber hecho para evitar esto con la esperanza de que ninguna persona con TEA viva lo que muchos hemos vivido muchos.


Aunque yo hice preescolar, mi primera parte que considero como colegio fue la que pase en un colegio público de mi barrio de primero a tercero de primaria, quizá esa fue la mejor época, no recuerdo ningún maltrato grave de mis compañeros, sí de los profesores quien en esa época sí pegaban a los alumnos. No hice ninguna relación social, dedicaba todo el tiempo del recreo a vagar de manera mecánica y con estereotipias haciendo un recorrido por todo su ancho patio de recreo, nunca jugué con otros niños, por supuesto en esa época no había diagnósticos y nunca fui diagnosticado.


En 4º de primaria mis padres, debida a su preocupación por mi aislamiento y mi extraño comportamiento decidieron llevarme a un colegio privado y pequeño, en el que solo había una clase por nivel. Allí comenzaron las agresiones, es cierto que seguí sin relacionarme un año más. Con 9 años en 4º de primaria, no jugaba al fútbol pues era lo que hacían todos los chicos, jugar con las chicas estaba “mal visto”, “daba vueltas” con estereotipias, mantenía la mente activa imaginando aventuras, personajes que se enfrentaban a otros personajes, como dibujos animados, creaba mis propias melodías, aperturas y finales, los repetía, creaba personajes buenos y malos continuamente, soñaba con ellos y a veces tenía la impresión de que me contestaban, como mis seis años anteriores.


Mis compañeros y profesores no me comprendieron, los profesores me veían como un perro verde y los compañeros no dejaban de expresar su repugnancia y mi anormalidad. Ya en quinto de primaria me vi forzado a tener que jugar al fútbol, y siempre se quejaban por mi torpeza, se me llamaba siempre anormal, subnormal, retrasado, retro-Down, tartufo, corto de mente, mongolo, enfermo (aunque en esa época fue la única en la que en todos los exámenes solía sacar siempre un diez) y las agresiones físicas desde la humillación de que me arrodillara ante ellos, de bofetadas limpias en la cara, puñetazos en el pecho, patadas, balonazos, escupitajos, me obligaban a enseñar mis partes íntimas en público, rompían mis trabajos, los escupían, los pintaban, me acorralaban y me pinchaban en los pezones, pateaban mi cartera, me robaban el dinero y destrozaban mis cosas, me escupían en la comida, lo habitual en el sufrimiento de niños TEA.


Y además siempre estuve fuera de toda consideración, era como si fuese un esclavo o un animal, no se me cortaba con el mismo patrón que al resto.


No quiero meterme ahora, pero de los veranos del 94, 95 y 96 fui a pasar mis primeras salidas, dos en unas colonias con monitores, la última en una colonia con curso de inglés y las cosas fueron muchísimo peores que lo expuesto anteriormente, sobre todo algunas cosas demasiado desagradables y que no puedo contar porque harían daño a quien lo leyera y a mí mismo.


No recibí mucha ayuda de los profesores al no tener diagnóstico, algunas a su modo me ayudaron, otros me consideraron culpable y me castigaron o me humillaron delante de a mis compañeros.

Aun así, quiero decir que en ese colegio fui apreciado por ciertas profesoras.


Tampoco mi psiquiatra, al que aprecio mucho todavía, me ayudo bien, ya que no me diagnosticó por desconocimiento de aquella época (mediados y finales de los 90) y me obligó a relacionarme más, en vez de protegerme, lo que también me hizo sufrir mucho por los insultos y humillaciones de ciertas personas de la urbanización de mi casa de mi pueblo de la Sierra con quienes hace 12 años que no me relaciono.


Desde 1998 cuando acabe 2º de la ESO que acabó mi colegio de pequeño, mis padres y mi psiquiatra -con quien hacia terapia- decidieron que fuera a un colegio concertado y de integración, creo que si hubiera ido a un instituto no estaría ahora vivo.


A pesar de ser un colegio de integración y que los profesores fueron en su gran mayoría buenas personas, los compañeros fueron más violetos que nunca debido a la edad de la adolescencia. El problema además de ello, es que en ese colegio todos los años se aceptaban personas expulsadas de otros colegios, muy violentas y metidos en delincuencia y drogas, había sharperos, skin-heads de extrema izquierda y bueno, me pegaban, asustaban y me llamaban siempre el autist; normalmente había dos grandes tipos de personas como ellos decían los normales y los anormales; yo estaba dentro de los anormales y por ello no tenía el derecho de hacer amigos, integrarme y debía ser maltratado.


Quiero decir que tercero de la ESO fue un año terrible en el que se me pegó bastante y se realizaron círculos para acorralarme e insultarme, pegarme, escupirme e insultarme, cosa que se realizaba con otras personas con discapacidad, aunque yo no tenía ninguna discapacidad ni diagnostico entonces. Durante todos estos años fui totalmente incapaz de defenderme ni de contárselo a ningún adulto, a mis padres sí, pero no me comprendían nada bien.


Durante 4 de la ESO, el año 99-00, entró en mi clase un alumno mucho más mayor y más brutal, que considero que es la persona que más daño me hecho en mi vida. El primer año me “salve” ya que se centró en otro chico con discapacidad al que le hizo cosas tan terribles que a mí en ese colegio no me hicieron.


Ya con 16 años vino continuamente a por mí, con el apoyo de la gran mayoría de los compañeros, me amenazó con que no tendría protección fuera y me rompería las piernas, y abusó de su fuerza y dominio de los demás compañeros para realizarme todo tipo de humillaciones físicas y psíquicas, no fue el único ni mucho menos pero sí el que con diferencia más daño me hizo, también pegaba a otras personas con autismo sí diagnosticadas, con síndrome de Down, con hiperactividad o con discapacidad intelectual. Recuero una vez que a un chico muy discapacitado que apenas sabía hablar le quito el chocolate de su bocadillo lo tiro al suelo y lo pisoteó varias veces y se lo metió otra vez y le obligo a comérselo.


Hoy todavía me da mucho miedo lo que pase, hasta enero de 2002 decidí hacerle frente y avisar más a los profesores, a enfrentarme más con él en público y a dificultarle mucho el acoso a pesar de sus amenazas de partirme la cara si decía algo o de tirarme por la corrala, (que eran unos cuatro metros) sino recuerdo mal, pero cada vez le intenté hostigar más y le puse más contra las cuerdas, un día por fin yo le golpeé en la cara y sentí mucho placer, pero después él me tiró al suelo y me metió una brutal patada aplastándome la cabeza contra el suelo. Llegaron muy pronto los profesores y lo expulsaron definitivamente, no volví a verle ni quiero volver a verle nunca más…


Y bueno a partir de ahí sucedieron otras cosas, de hecho, hasta 2004 no abandoné ese colegio, pero no vienen ahora en este tema.


Este relato puede parecer demasiado pormenorizado, pero quiero expresar con ello, las dificultades que las personas TEA podemos padecer, pese a contar con unos padres y algunos profesores verdaderamente preocupados por el desarrollo de sus hijos o alumnos.


A partir de ahí, mis propuestas son claras, siempre la concienciación para los profesores y que entiendan bien el TEA y el uso de colegios concertados con integración y no mezclar la integración de las personas con discapacidad con pequeños delincuentes.


Sobre todo prestar atención en los recreos, las salidas y entradas del colegio “que no te esperen en la salida”, clases de gimnasia y clases en general y no pretender forzar la integración, y que los profesores sean muy conscientes de los problemas, ya que por la edad muy difícilmente lo van a ser los compañeros. Y sobre todo necesitamos atención primaria, diagnosticarnos de forma temprana y no con 18 años como lo he sido yo. Y necesitamos atención pública de calidad para nuestra atención especial, tanto psiquiátrica, psicológica y orientativa, esta última en los colegios. Y considero que esas cosas deben ser públicas porque a mí mis padres han podido ayudarme, pero otras familias quizá no puedan por tener poco dinero o porque la familia no sea receptiva o este en situación de exclusión

Es un derecho, no una exigencia; porque por el bien de todos tenemos muchas altas capacidades para mejorar mucho la humanidad y a todo tipo de personas.


Y ya, en la vida adulta, en los albores de la madurez, cuando enfrentamos el reto de la independencia familiar, y el paso hacia la integración en la vida profesional, el deseo de encontrar amigos y una pareja, se hacen muy fuertes. En un momento como el actual, en que los apoyos de un Estado del Bienestar que se va perdiendo en España, por razón de las políticas llamadas neoliberales, pero que en realidad son deshumanizadoras ya que anteponen la economía a las personas, los adultos con TEA hemos de enfrentar de nuevo las dificultades de nuestra infancia.


Ahora se presentan con un rostro nuevo y diferente. Pero la falta de solidaridad que genera el proyecto social que se trata de implantar, unido a nuestras dificultades para esa interacción social que nos aísla, nos vuelve a colocar en el abismo de la marginación. De ahí que debamos asumir el compromiso personal y social de cambiar esta situación, lo social en general que afecta a personas con TEA y a neurotípicos, pero también la fortaleza que hemos de tener para alcanzar la plenitud del ejercicio de nuestros derechos, y en particular la defensa del derecho a la justicia, equidad y a la igualdad a las que somos acreedores como ciudadanos libres, y miembros de una sociedad sin exclusiones. Y alcanzar la comprensión de las personas de nuestro entorno al igual que las personas con TEA también comprendemos la forma de ser y comportarse de los llamados neurotípicos, a fin de participar en la vida social, personal y afectiva como el resto de ciudadanos.


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