POR GABRIEL MARIA PÉREZ
Fuente: Univers Àgatha | 06/02/2022, Barcelona
Fotografía: Pixabay
Ya hace días que sé que mi hija mayor está a punto de independizarse, lo que celebro con alegría, porque es ley de vida y porque la necesidad de ser “tú misma” es la gran opción para enfrentarse a la vida sin las ataduras de las personas con las que has convivido desde tu nacimiento.
Mi hija mayor es efervescente, llena de coraje, gran estudiante y con mucha sensibilidad, nobleza y luchadora por varios derechos sociales, etc.
Pero no voy a escribir este artículo para ensalzarla, que un poquito ya me lo he permitido, sino para intentar explicar, según mi experiencia, cómo podría repercutir esta partida de casa de otro elemento más, (mi otro hijo ya hizo lo propio con anterioridad), en la persona de su hermana Àgatha, con autismo severo.
Las personas con autismo tienen una sensibilidad especial con las incidencias que puedan modificar las situaciones habituales del día a día.
Si esas situaciones cotidianas en convivencia con sus hermanos desaparecen pueden provocarles ciertas alteraciones psíquicas o nerviosas, debidas a su dificultad por entender o asimilar unos cambios que alteran la regularidad de su especial normalidad canalizada por hechos o hábitos prácticamente invariables.
Àgatha se altera con un simple cambio de muebles, con el cambio del centro donde pasa la mayor parte del día, hasta con el cambio de peinado de su mamá o si me afeito tras dejarme la barba unos cuantos días.
Su manera de expresar estos cambios pueden variar, desde una sonrisa de sorpresa pasando por una mirada muy encendida, hasta saltos, gritos y algunas patadas o golpes de extremo nerviosismo, e incluso insomnios.
Por eso ahora, si yo me siento algo nostálgico por la marcha de mi hija mayor, me estoy imaginando cuando pasen unos días que Àgatha pueda tener algún tipo de alteración, a pesar de que en estos momentos está deliciosamente tranquila y nos transmite un bienestar esplendoroso.
Y es que el mundo inhóspito de las percepciones de estas personas tan especiales es absolutamente distinto al de las personas neurotípicas (quienes no tienen el trastorno del autismo u otras dificultades similares en el neurodesarrollo).
Aunque según las estadísticas, cuando una persona con autismo alcanza la edad adulta reacciona con más calma a este tipo de cambios en sus hábitos diarios, igualmente se observa en ellas algún tipo de alteración temporal en su comportamiento.
Cuando Àgatha era más pequeña sufría con las sombras de las copas de los árboles, con las aglomeraciones, con los ruidos fuertes, luces intermitentes (por ejemplo, las luces de Navidad), etc.
Es cierto que habiendo llegado a su edad adulta continúa mostrando extrañeza y en algunos casos hiperexcitación a los cambios, pero parece que la canalización de las emociones producto de estas situaciones es más óptima y, por consiguiente, pasan con más ligereza.
Y no es en todos los casos de autismo, ni mucho menos, que esta asunción, con la llegada a la edad adulta, se pase con más suavidad.
Muchos de estos chicos continúan sin poder asumirlos y entran en profundas crisis complicadas de sobrellevar, tanto por ellos como, evidentemente, por sus cuidadores.
Yo me quedo con mi Àgatha, con su calma actual.
Ojalá esa percepción de la realidad en ella continúe siempre con este estado de relajación de estos últimos meses, tan necesario para ella y para su entorno.
Gabriel Maria Pérez
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